Había oído un ruido sordo, un gruñido y después aquel jarrón artesano de colores vivos se hizo mil añicos. Vio como miles de pequeñas partículas brillaban al sol que se colaba por la ventana. El espectáculo era contradictorio, pues a la pérdida de aquel símbolo de un viaje hecho tiempo atrás, se unían dos ecuaciones. La primera era la intensidad del momento congelado en su retina con brillos incandescentes, como suspendidos en una atmósfera volátil. La otra era una mirada silenciosa e inmóvil de ojos azules observando cada uno de sus gestos desde el otro lado del salón. Y entonces sonó, con tono lastimero y más que “miau” fue un “miaeeeiii”, un maullido diferente. Su gata se había excusado. Lo supo porque no le quitaba la mirada sobrenatural de encima y lo hacía con una intensidad escrutadora, como intentando descifrar su cabeza en ese momento de calma tensa y entendiendo que aquella travesura había tenido un desenlace muy ruidoso.
Le vino a la cabeza entonces el estudio que expertos en el comportamiento animal, habían llevado sobre la comunicación de los gatos. Decía algo así como que cada gato es capaz de emitir, en función de su grado de socialización con los humanos, más de 60 maullidos diferentes (sin contar gemidos y gruñidos), cada uno con una intención definida y eran capaces de utilizarlos de manera selectiva… Así se vio recordando como un deja vu, el maullido a la hora de la comida, el maullido de los mimos, el maullido de bienvenida, el maullido de los juegos, el del cepillo y masajes, el de las chuches, el de “ábreme la puerta”, el de “¿no me vas a dar ese trocito de jamón?”, el de «date prisa, dámelo ya!” el de “ahora no! pesado!”… y ese maullido que todavía resonaba en su cabeza, ese era de disculpa y nunca antes lo había oído. Y como un resorte, las ondas sonoras moduladas de aquella manera, anularon toda reacción, inhibieron cualquier reproche y consiguieron que se dispusiera a recoger los restos de aquel colorido jarrón con una sonrisa en la cara.
Y es que el estudio decía algo más. Ponía en comparación la diferencias y cambios en el genoma de perros y gatos en los años de contacto con los humanos, la diferencia de 6000 años de convivencia del perro frente al gato le había conferido una ventaja en las capacidades cognitivas relacionadas con la vida doméstica. El perro se había adaptado a los humanos plenamente, se había vuelto dependiente, pero el genoma de los gatos se resistía a modificarse y seguía en parte fiel a su naturaleza salvaje. Había puesto en práctica pues ese modo de comunicación con un fin muy claro, «manipular» al humano para conseguir lo que quiere de él en su nuevo entorno doméstico. Como un experimento de prueba-error, su comunicación se habían adaptado a generar pautas de comportamiento con aquel gran ser bípedo, pero también a establecer un puente de comunicación y de afecto cada vez más sólido. Y entonces como quien se da cuenta del lugar que ocupa en el mundo, como quien confirma una sospecha, el humano de nuestra historia, entendió que en parte había sido «adiestrado» por su gata. ¿Tu también lo has sido por tu gato?